Nació, en época de carnavales, en febrero de 1946, en el barranco de Utiaca, en el molino que era de Maestro Abraham y de Blas. En el registro figura como hijo de Maestro Faustino y de Josefita Alonso. Dicen que lo fueron a lavar a la orilla del barranco La Mina, que, por aquellos días, iba de banda a banda.
La partera, Lolita Pérez, diría de él que, por haberle lavado el ‘josico’ en el agua del barranco, salió tan ‘safado’. Sus primeras incursiones en el mundo las hizo por Las Huertas, La Asomadilla, Las Casas (donde llegó a comprar con la cartilla de racionamiento) y, por supuesto, por y entre las cañas del barranco (donde probó las delicias gastronómicas de los pajaritos asados (nunca capirotes), que cazaban con falsete, o sea, la ‘jiñera’ de los primos, los hijos del tío Abraham).
Aquel chiquillo se quedaba extasiado con el gramófono de La Sociedad. Se sospecha que, ya en aquel entonces, él preguntaba si no tenían radio o televisión, pero la gente contestaba, preguntando a su vez, qué era eso (aunque parece de todo punto imposible que, por los años de los que hablamos, alguien, en esos andurriales, tuviera noticias de tales inventos).
Los biógrafos no han podido comprobar la veracidad de esas sospechas e inquietudes, ni de cómo se desarrolló su vida, hasta que le localizamos en el año 62 (siglo XX) en Radio Atlántico y unos años después en Televisión Española en Canarias, en la Casa del Marino.
En cualquier caso, se le pierde de vista a los cuatro años en el barranco de Utiaca y se le encuentra en la Huerta de Sardina, en Tenteniguada, donde colabora en la construcción del cementerio (transportando piedras de hasta 1 kilo de peso), los fines de semana, y el resto de los días los pasa, camina que te camina, de Tenteniguada hasta San Mateo para ir a la escuela y de vuelta ligerito, otra vez, ‘pa’ la Huerta de Sardina. De esas caminatas sacó unos cachetes bien rojos y unas marcas en las orejas, en la nariz y en los dedos, debido a las frieras, que los niños litris llaman sabañones.
También, claro, estudió las cuatro reglas e hizo amigos, con los que, más tarde, aprendería la ciencia de la alquimia, especialmente la del ron, con los expertos de la zona, Molotov, Manolín Santana, Pepín Marrero, Pacuco Almenara y otros, que harían la lista interminable.
Se dice que vino por primera vez a Las Palmas en el coche de Facundito y que se le pusieron los ojos como platos cuando vio el Puente de Palo, el Teatro, la Tienda de los Peñate, la Plaza del Puerto, el Millares y la playa de Las Canteras, que a él le pareció el estanque más grande que había visto en su vida.
Cuando ya era un galletoncito, después del bachiller, le dio por estudiar sobre aquel invento (que parecía misterioso y cosa del diablo, ya que era utilizado para la propaganda bélica, y hasta había que escucharlo en secreto, como La Pirenaica). ¿Qué mejor cosa, para un pollo que había salido tan viajero, que la radio, que lo llevaba por el aire a todas partes, en menos de lo que el diablo se estrega un ojo?
Se sabe que antes de que fuera tan conocido como Pascual Calabuig, José María Ayaso, Antonio Ayala o Lemus, llegó la tele a Canarias. ¡’Pa’ qué queríamos más! Dicen sus biógrafos que hasta en sueños decía en voz alta que aquello estaba hecho como para él. Bueno, para Fraga, para Franco y para él.
Desde ese entonces, la década de los sesenta (siglo XX), la tele (mejor dicho: la gente que ve la tele) ha tenido que sufrirlo dando noticias, haciendo entrevistas, reportajes, concursos… y hay quien asegura, aunque no está demostrado del todo, que los últimos años de su vida profesional los pasó recluido en la república del Meteosat, saltando de nube en nube, a veces soltando chispas como rayos (cuando la avioneta de Olarte, la de la lluvia artificial, lo despertaba de la siesta), pero siempre con la pena, la gran pena, de no haber podido ver (ni siquiera desde el satélite) a San Borondón, única isla canaria que le queda por visitar.
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